El presente cuento, está registrado en INDAUTOR. Con esta publicación deja de ser inédito. En pocos días será publicado en la revista conmemorativa del 70 Aniversario de la Secundaria "Mtro. Manuel López Cotilla" de Autlán de Navarro, Jalisco.
Bienvenida
José Francisco Cobián Figueroa
Cuando la vi llegar, venía en brazos de otro hombre, abandonada, dejándose conducir ligeramente. Yo no le di importancia. Era tan grande mi alegría de verla de nuevo después de tanto tiempo, que lo único que se me ocurrió fue abrazarla. Lucía limpia, olorosa, un poco demacrada, empezaba a enseñar la huella de los años. La tomé entre mis manos y las yemas temblorosas de mis dedos emocionados la recorrieron toda; la observé largamente hasta que una lágrima me empañó los ojos y entonces no pude resistir la tentación de darle un beso. Recordé todos los días y las noches que pasamos juntos. Los desvelos, las angustias, los ratos de consternación, también las comunes fantasías, la ensoñación, el trabajo en equipo. Sin ella no sé qué hubiera hecho en todos estos años. Recordé también la noche que se negó a trabajar; algo había en ella que no marchaba bien, que la fue limitando hasta quedar inválida, totalmente postrada, y yo me puse triste. La depresión no me dejó pensar, se me paralizó la mente, el corazón, la vida...
-Es necesario que le hagas algo –me sugirió un amigo.
Dije que sí, pero aquello costaba un dineral y yo no lo tenía. Anduve en una parte, en otra, hasta que alguien me informó de un lugar donde diagnosticar y resolver su problema no era tan costoso, y la llevé hasta allí. Me dijeron que la dejara, que todo estaría bien, pero yo desconfiaba. Después de tantas alegrías, tanto tiempo, desvelos y trabajos juntos; después de los poemas, de los cuentos, tantas horas entregados el uno con el otro, aquella separación no resultaba fácil, aunque me aseguraron que sólo sería temporal. Desconfiaba, mas la ilusión de verla otra vez activa me daba la esperanza.
Nunca estuve tranquilo desde que la dejé. Temí no volverla a ver ni a estar con ella. La sola idea me aterrorizaba, pues grandes habían sido mis esfuerzos por conseguirla, pero lo hice no sin antes prometerle que la iría a visitar, que preguntaría por ella, que estaría con ella cuando fuera posible y así lo fue al principio, pero conforme pasaba el tiempo me fui desanimando, me fui replegando sobre mi propio aliento, no volví a la poesía, ni a los cuentos, ni al teatro. Toda literatura se apartó de mi vida porque sin ella ya nada sería igual. Y es que poco a poco se me negaba verla hasta que un día de plano, con la molestia dibujada en el rostro, un hombre gigantesco me dijo que ellos me avisarían cuando sus condiciones fueran óptimas, pero que mientras tanto no deseaban volver a verme por allí. Experimenté entonces gran dolor, como si algo pesado me aplastara el corazón e impidiera también mi respiración. Sentí que la había perdido para siempre. Sin embargo, después de algunos meses, cuando empezaba realmente a resignarme, llamaron por teléfono para anunciarme que a partir de esa fecha ella era otra vez la misma. Me puse muy contento, corrí hasta su lugar y pedí a gritos que me dejaran con ella, mas todo fue imposible. Había que pagar la cuenta y no tenía dinero suficiente. Volví a casa horriblemente inquieto. Pensé en vender algo, en trabajar más, en hacer lo que fuera con tal de verla y estrecharla de nuevo.
Mas pasaron los días y otra vez los meses sin que mis esfuerzos lograran concretar aquel reencuentro y fue sólo abonando que pude pagar aquella deuda que había convertido mi esperanza en desencanto.
Ya va para su casa, me anunciaron. Yo me senté a esperarla, aunque confieso que con poca animación. Otro hombre la llevaba, la mimaba, la cuidaba y ella se dejaba conducir sin resistencia alguna. Ello no me importó. Más grande era la dicha de saberla con bien después de tanto tiempo de invalidez, de olvido, de mutuo empolvamiento. Cuando la tuve cerca no pude contenerme, la contemplé con ansia y apoyando mis labios suavemente le di un largo beso de bienvenida.
No supe en qué momento el hombre que la trajo se marchó, pero no me importaba, sólo hubo en mí el deseo de volver a empezar, de crear, de intentar otra vez juntos aquellas fantasías...
¡Por fin has vuelto a casa, amada máquina de escribir!
José Francisco Cobián Figueroa
Cuando la vi llegar, venía en brazos de otro hombre, abandonada, dejándose conducir ligeramente. Yo no le di importancia. Era tan grande mi alegría de verla de nuevo después de tanto tiempo, que lo único que se me ocurrió fue abrazarla. Lucía limpia, olorosa, un poco demacrada, empezaba a enseñar la huella de los años. La tomé entre mis manos y las yemas temblorosas de mis dedos emocionados la recorrieron toda; la observé largamente hasta que una lágrima me empañó los ojos y entonces no pude resistir la tentación de darle un beso. Recordé todos los días y las noches que pasamos juntos. Los desvelos, las angustias, los ratos de consternación, también las comunes fantasías, la ensoñación, el trabajo en equipo. Sin ella no sé qué hubiera hecho en todos estos años. Recordé también la noche que se negó a trabajar; algo había en ella que no marchaba bien, que la fue limitando hasta quedar inválida, totalmente postrada, y yo me puse triste. La depresión no me dejó pensar, se me paralizó la mente, el corazón, la vida...
-Es necesario que le hagas algo –me sugirió un amigo.
Dije que sí, pero aquello costaba un dineral y yo no lo tenía. Anduve en una parte, en otra, hasta que alguien me informó de un lugar donde diagnosticar y resolver su problema no era tan costoso, y la llevé hasta allí. Me dijeron que la dejara, que todo estaría bien, pero yo desconfiaba. Después de tantas alegrías, tanto tiempo, desvelos y trabajos juntos; después de los poemas, de los cuentos, tantas horas entregados el uno con el otro, aquella separación no resultaba fácil, aunque me aseguraron que sólo sería temporal. Desconfiaba, mas la ilusión de verla otra vez activa me daba la esperanza.
Nunca estuve tranquilo desde que la dejé. Temí no volverla a ver ni a estar con ella. La sola idea me aterrorizaba, pues grandes habían sido mis esfuerzos por conseguirla, pero lo hice no sin antes prometerle que la iría a visitar, que preguntaría por ella, que estaría con ella cuando fuera posible y así lo fue al principio, pero conforme pasaba el tiempo me fui desanimando, me fui replegando sobre mi propio aliento, no volví a la poesía, ni a los cuentos, ni al teatro. Toda literatura se apartó de mi vida porque sin ella ya nada sería igual. Y es que poco a poco se me negaba verla hasta que un día de plano, con la molestia dibujada en el rostro, un hombre gigantesco me dijo que ellos me avisarían cuando sus condiciones fueran óptimas, pero que mientras tanto no deseaban volver a verme por allí. Experimenté entonces gran dolor, como si algo pesado me aplastara el corazón e impidiera también mi respiración. Sentí que la había perdido para siempre. Sin embargo, después de algunos meses, cuando empezaba realmente a resignarme, llamaron por teléfono para anunciarme que a partir de esa fecha ella era otra vez la misma. Me puse muy contento, corrí hasta su lugar y pedí a gritos que me dejaran con ella, mas todo fue imposible. Había que pagar la cuenta y no tenía dinero suficiente. Volví a casa horriblemente inquieto. Pensé en vender algo, en trabajar más, en hacer lo que fuera con tal de verla y estrecharla de nuevo.
Mas pasaron los días y otra vez los meses sin que mis esfuerzos lograran concretar aquel reencuentro y fue sólo abonando que pude pagar aquella deuda que había convertido mi esperanza en desencanto.
No supe en qué momento el hombre que la trajo se marchó, pero no me importaba, sólo hubo en mí el deseo de volver a empezar, de crear, de intentar otra vez juntos aquellas fantasías...
¡Por fin has vuelto a casa, amada máquina de escribir!
Nesse escrito tu passa entre outros sentimentos a "SAUDADE". Saudade é uma das palavras mais presentes na poesia de amor da língua portuguesa e também na música popular, "saudade", só conhecida em galego-português, descreve a mistura dos sentimentos de perda, distância e amor, nostalgia...A palavra vem do latim "solitas, solitatis" (solidão), na forma arcaica de "soedade, soidade e suidade" e sob influência de "saúde" e "saudar".
ResponderEliminarDiz a lenda que foi cunhada na época dos Descobrimentos e no Brasil colônia esteve muito presente para definir a solidão dos portugueses numa terra estranha, longe de entes queridos. Define, pois, a melancolia causada pela lembrança; a mágoa que se sente pela ausência ou desaparecimento de pessoas, coisas, estados ou ações. Provém do latim "solitáte", solidão.
Uma visão mais especifista aponta que o termo saudade advém de solitude e saudar, onde quem sofre é o que fica à esperar o retorno de quem partiu, e não o indivíduo que se foi, o qual nutriria nostalgia. A gênese do vocábulo está directamente ligada à tradição marítima lusitana.
"lembrança"
lembrança de pessoas ou coisas distantes ou não mais existentes, acompanhada da vontade de tornar a vê-las ou possuí-las.
Bom, Gostei!!!
Um terno abraço!
aunque no lo lei todo si me gusto un poco.
ResponderEliminarDiana Rivera Colmenarez
ResponderEliminaresta lectura me dejo una gran enseñanza sobre lo importante que es la literatura y sobretodo q hay q practicarla
Sonia Michel.
ResponderEliminarPues lo que puedo decir es que en la vida pueden surgir problemas y para resolverlos necesitamos de tiempo.
me parecio interesante y tube que leerlo dos o tres veces para poder analizarla, debido a que tenemos que comprenla y me dejo una gran enseñanza, "que en la vida hay problemas que hay que anlizar".
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